lunes, 25 de abril de 2011

Educar...

He aprendido algunas y variadas cosas sobre la educación, pero lo que más me agrada haber logrado y aprendido desde las esferas de la educación y en la educación es aprender a vivir siendo quien soy y a ser feliz siendo quien soy teniendo presente que aún tengo posibilidades infinitas e inacabadas.
He aprendido que educar es vivenciar auténticamente un rol principal en el proceso de formación del carácter, la personalidad, el intelecto, la espiritualidad, de la corporeidad de un ser humano, pero no solo eso, sino que más allá de esto, educar es proyectar al enseñar siendo coherente con el ejemplo y la palabra, auténtico, veraz y original. Es tender la mano amiga, es estar a la par con el otro, es entenderle, es ayudar a forjar la personalidad y la voluntad del ser humano con el cual tenemos la oportunidad y el privilegio de interactuar y compartir, es ayudar a otro a descubrir sus potencialidades y posibilidades, y fomentar su trascendencia. Educar es amar, y cuando amas enseñas a vivir, enseñas al vivir, enseñas para el vivir, educar es humanizar cada vez más al humano proyectándole en la posibilidad inacabada de llegar a SER humano, de llegar a ser lo que se es (en términos Nietzscheanos), es enseñarle al indefenso a defenderse y a desenvolverse en la vida diaria, es en términos Freireanos darle la posibilidad de que se libere de las tinieblas y la opresión, es ayudarle a comprender el por qué y el para qué de las cosas, proveerle de herramientas útiles para que crezca, se desarrolle, comprenda su posición y su rol en la vida y en la sociedad, para que trabaje dando lo mejor de sí en cada esfuerzo y tarea, es enseñarle al otro a tomar decisiones tomando en cuenta lo correcto ante lo incorrecto, lo bueno ante lo malo, lo moral ante lo inmoral, lo ético ante lo antiético, lo prudente ante lo imprudente, pero también la irreverencia ante una reverencia automática y domesticada, es enseñarle al otro el mejor camino ante la barbarie del facilismo circundante actual, el sacrificio, el reto, la perseverancia, el riesgo y el esfuerzo sostenido y progresivo ante el desdén y el despropósito. Es ampliar el panorama en su inserción a la sociedad, la cosmovisión del ser, vivenciar las experiencias comprendiendo el amor, el valor, el deber, la libertad, la autonomía y la verdad como derechos y a la vez como responsabilidades ineludibles e irrenunciables del hombre. Es coadyuvar en el proceso de vivir apreciándole y motivándole, ayudándole a entender lo que hace y por qué lo hace, es conducirle finalmente de la mano hasta colocarlo y hasta donde nuestras propias limitaciones lo permitan y si él quiere en las puertas del valor, del trabajo, de lo deontológico, del éxito, del triunfo, y ¿por qué no? de la felicidad, para que él como persona y en la facultad de su individualidad sea quien decida entrar y vivir a plenitud, sin nadie que le empuje dentro.
Para mí esto es educar, esa es mi razón, esa es mi pasión, mi motivo de vida. Y eso lo aprendí con Dios, en mi universidad, en la praxis docente, con los estudiantes, con mis profesores, en la vida, en el tiempo, en las reflexiones, en La Santa Biblia, en los libros, con grandes pensadores como Rousseau, Platón, Santo Tomás de Aquino, Simón Rodríguez, Luis Beltrán Prieto Figueroa, el mismo Andrés Bello, el incombustible Bolívar, Freire, Savater, Eduardo Galeano, Vicente Gerbasi, Le Boulch, Parlebás, Marleau Pouty, y tantos otros más.
Hoy más que nunca se necesitan maestros y maestras que estén dispuestos a darse y entregarse por completo a la labor educativa, maestros(as) que abandonen la trinchera del profesorado y trasciendan a la trinchera fabulosa del maestro, se necesitan maestros que “no se vendan ni se compren”, de maestros(as) que en honor a la verdad aprendan en la hoguera diaria de la vida el propósito de su vocación, ojo, de su vocación no de su profesión. Se necesitan maestros(as) que de una vez por todas dejen de perseguir la figuración, la primera plana y la ovación para ocuparse de servir, de servir y de seguir sirviendo.
El registro bíblico muestra que cuando muchos querían convertir a Jesucristo en el rey de los judíos para acabar de una vez por todas con la opresión del imperio romano, él, Jesucristo había manifestado ya que no había venido a ser servido sino a servir, y luego de ello en al aposento alto en la última cena fue él quien dio el primer paso y lavó los pies a Pedro, quien de paso le negaría más tarde en varias ocasiones. Y, ¿saben cómo le llamaban los discípulos y muchas otras personas a Jesús?, pues le llamaban Rabí que significa Maestro. Y eso es en todo el sentido de la palabra lo que es ser un maestro, aquel que está dispuesto a servir bajándose y quitándose la capa de gran señor para ayudar, para servir, para ser bondadoso, para enseñar, para aconsejar, para orientar, para enmendar, para corregir, para estar con el otro y por el otro, y ¿por qué no? para consolar cuando así se amerite. Puede que alguien diga que me excedo en las funciones que sugiero para el docente, sin embargo, quiéranlo o no, he allí el mejor ejemplo de un verdadero maestro. Cuando quieras saber si eres ya un maestro te invito a que te veas en el espejo de Jesucristo, el Maestro de maestros.

Alixon Reyes

jueves, 7 de abril de 2011

Investigación, formación y universidad

Muchas veces la pregunta recurrente vuelve: ¿quién fue primero?, ¿el huevo o la gallina?. Pues, antes de que nos veamos tentados a juzgar tal cuestionamiento de retórico, debemos revisar el sustrato del universo académico en muchas de las instituciones universitarias latinoamericanas, ya que ese mismo fenómeno podría estar reproduciéndose tanto en el discurso como en la praxis de la investigación en esas instituciones. ¿Formar investigadores, o formar para la investigación?. He ahí el dilema.
Intentar resolver tal dilema no es la pretensión de esta sencilla y humilde apreciación por cuanto de partida –y a título personal- considero que formar para la investigación permitirá formar investigadores –quizás al más puro estilo de las respuestas clásicas a la pregunta inicial-. Lo que ya no produce controversia en el mundo académico es el poder transformador de la investigación y de la ciencia en las sociedades y por consiguiente en las instituciones de educación universitaria –sin que exista una relación necesariamente mutualista-. En tal sentido, si revisamos la estructura organizativa de estas instituciones nos hemos de encontrar con dependencias administrativas creadas con el propósito de fomentar, promover, financiar, divulgar la investigación convirtiendo a ésta en una función dentro de una tríada para el profesor universitario, a saber: docencia, investigación y extensión. Siendo así, la investigación pasa a ser una responsabilidad docente que tiene el propósito de fortalecer la capacidad profesional para la enseñanza, redistribuir el flujo de información, lograr la producción de conocimiento a partir de la realidad en el ambiente de aprendizaje en relación con los programas de formación y los estudiantes, potenciar áreas estratégicas para el desarrollo de la universidad –debería serlo también para el Estado-, y ampliar los intereses y perfiles del profesional en cuestión. Todo ello con el propósito último de generar conocimiento disponible y utilizable al servicio de la comunidad local, nacional e internacional.
No obstante este entramado de propósitos debemos reconocer con justicia que en los espacios universitarios se hace notoria la poca visibilidad del aspecto investigativo, y de allí que su impacto no sea el esperado en los destinos formativos de quienes allí hacen vida. En tal sentido, es necesario destacar que la investigación debe –como condición sine qua non- impactar directamente en la formación académica (estudiantil y profesoral) y en el desarrollo de una cultura de la investigación como organizadora de los conocimientos y de su flujo.
Partimos de una idea para la cual existe consenso entre los entendidos en la materia: no hay posibilidad de desarrollo sin sustentabilidad y una cultura científica desde/de/en/para/por la investigación. Y hablamos de la investigación como uno de los elementos estructurales de la ciencia moderna –que no modernidad-.
Hasta hace poco lo que diferenciaba a los países desarrollados, ricos e industrializados, aquellos conocidos como los del Primer Mundo, de aquellos otros países considerados subdesarrollados, pobres y sin plataformas industriales autosustentables (del tercer Mundo), era la capacidad y la solidez financiera que poseían, no obstante, después de eventos tan determinantes para la humanidad como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la antigua Unión Soviética, el reordenamiento del control político mundial, la redistribución del poder económico internacional –entre otros-, la disparidad y la desigualdad entre ambos grupos se ha ensanchado no como efecto del valor, del flujo y de la cantidad de dinero, sino como producto del desarrollo de sólidos aparatos educativos que a su vez han sembrado, estructurado y fortalecido serios y complejos sistemas científicos-técnicos-productivos.
Al comprender esta realidad nos alerta un aspecto que sobresale a pesar de lo básico que resulta ser; si bien es cierto que el desarrollo de la educación potencia el aparato científico de una nación al tiempo que impulsa el desarrollo en otras y variadas dimensiones, a saber, dimensión económica, dimensión social, dimensión cultural, dimensión política, etc., no es menos cierto que tan básico como lo anterior es saber también que esto será imposible sin la investigación como proceso nutriendo y dinamizando lo educativo.
Visto de esta forma, se le reconoce históricamente a las universidades un rol fundamental en el desarrollo de lo investigativo y de lo científico. Sin embargo, es importante resaltar que no estamos hablando de cualquier universidad. Hablamos –a decir de Albornoz (2006)- de una universidad académica e intelectual, no de aquella que pretende ser académica sin ser intelectual. Y al referirnos a la intelectualidad no evocamos al catedrático y al investigador de bata blanca alejado de la realidad fuera de la universidad y que en tal caso vive como que si flotase en una nube. Al contrario, nos referimos a una intelectualidad y a una academia que se configura desde el aprecio por el saber y que en tal sentido produce ciencia moderna como resultado de la sistematización y el aprovechamiento de la investigación y la renovación constante de sus estudiantes y profesores partiendo de las necesidades evidentes y no tan evidentes. Ello causa un flujo constante que estremece, revoluciona y transforma el aparato social. Pero no hablamos exclusivamente de un desarrollo tecnológico, hablamos claramente de un desarrollo personal resultado a su vez del desarrollo profesional, y esto lo han entendido los países del llamado Primer Mundo. Por esta situación la universidad como institución debe velar a fin de que el componente de la investigación surta un efecto transformador y un impacto positivo en la comunidad que le da vida y por la cual existe. De lo contrario la relación será endogámica y destructiva.
Ya entrada la segunda década del siglo XXI no se concibe una universidad que no investiga y que no promueve ni fomenta el desarrollo de tan importante dimensión. Y no se concibe ni se entiende por cuanto de ello depende el desarrollo y la formación de los cuadros principales en el manejo y conducción tanto de la universidad como de todo un país. Hundskopf (s.f.) sostiene que:
La investigación es el alma de la universidad. Sin ella, la universidad es un cuerpo inerte, que se nutre solo de lo aprendido en el pasado. O es una escuela profesional, que vive de la aplicación de modelos preelaborados y que se restringe a adiestrar a los alumnos (sec. 1/1).
Refiriéndose a este tipo de instituciones universitarias en las que la investigación no representa más que un agregado a la función docente, y por tanto sin impacto alguno en la formación de sus miembros, Albornoz (2006) las llama universidades del desierto intelectual. En este mismo orden de ideas, Ramírez y Albornoz (1998) sostienen que la formación se logra a través de:
la generación de conocimientos producto de la reflexión sobre la propia práctica profesional como una situación de aprendizaje, propicia para la indagación, la consulta con expertos, la confrontación con otras situaciones similares (de propia o ajena experiencia) y la reflexión teórica individual. Nos referimos aquí a la vía de la investigación (p. 31).
Es así como esta situación nos motiva a conocer el status de la investigación como proceso en la institución universitaria. Hablamos de formación, no de capacitación, no de adiestramiento, no de entrenamiento, de manera que tanto la concepción de investigación, de ciencia, de formación, de desarrollo, de impacto social, han de ser determinantes. Ahora bien, todas estas ideas están orientadas a la comprensión y al reconocimiento de la necesidad, o mejor aún, de la urgencia de potenciar la dimensión de la investigación en los centros universitarios, y más aún cuando el centro de interés está referenciado por la formación docente. Es decir, si la investigación es importante y necesaria para cualquier otra carrera profesional, ¿cuánto más ha de serlo para un docente?. Y lo planteamos de esta forma por cuanto sospechamos que la investigación ha ido perdiendo fortaleza en el espacio académico tanto en la población docente como en la población estudiantil, dando paso a un lento pero acentuado divorcio entre la investigación y la docencia, entre la investigación y la formación, entre la investigación y el aprecio por el saber.
Cuando pensamos en la investigación como función es probable que la concepción se haya pervertido, y ello por cuanto existe la posibilidad de que la misma esté siendo asumida por muchos actores –que no por todos- como un apéndice de la docencia, quizás como un paquete metodológico constituyente de las técnicas de investigación, y peor aún, como una obligación administrativa, como una condición sine qua non para el ascenso o una titulación, como un dispositivo técnico para la obtención de credenciales académicos. Así, dizque se investiga y se presenta la investigación (entiéndase informe de investigación) con el único propósito de cumplir con los requisitos exigidos por los reglamentos y normativas a fin de escalar posiciones y subir de categoría mejorando ciertas condiciones socioeconómicas y jerárquicas en la institución. Así, importa poco si la investigación impacta o no a la comunidad universitaria, importa poco si la información que contiene el informe de investigación presentado es pertinente o no generando un cambio de actitud en el investigador, importa poco si hay realidades susceptibles de ser impactadas con tal informe de investigación, importa poco si se divulga o no. Incluso, importa poco si la ¿realidad? descrita se parece a la realidad real, si hay rigurosidad científica o no en el tratamiento que se ha dado al meollo metodológico. Finalmente importa menos que el trabajo de investigación vaya a los almacenes de libros muertos en los que se ha convertido a las bibliotecas receptoras. Y si al caso vamos, ¿cuántos visitan hoy las bibliotecas?.
Vista esta situación, ¿cómo hemos de formar para la investigación? entendiéndose que incluso la formación en investigación no se puede reducir al aula o al resto del espacio físico de la institución. ¿Cómo pretender luego formar investigadores?, ¿desde cuál perspectiva?. ¿Cómo pensar que lo que se investiga ha de producir un cambio radical en las prácticas sincréticas de la docencia universitaria?, ¿cuánto impacta la investigación en la formación de los estudiantes en la carrera docente?, ¿quiénes se enteran de ello?, ¿a quién le interesa?, a fin de cuentas, ¿para qué hacerlo?, y/o peor aún, ¿para qué molestarse en decirlo?.
Esa mirada intentamos traducirla en la visión que tenemos de un profesor universitario que comprende la importancia de la investigación y la implicación de ésta en la formación académica. Un profesor universitario debe caracterizarse por su aprecio al saber y ello le conlleva inevitablemente a identificarse con el mismo, le lleva a comprometerse incluso consigo mismo en la búsqueda del saber al tiempo que se preocupa y se ocupa para en tal búsqueda lograr una transformación que posteriormente ha de diluirse, fluir y a reconfigurarse en su vida cotidiana, en la relación con sus estudiantes, con sus colegas, con la universidad, etc.
Albornoz (2006) cree que “parte del problema de los venezolanos es que no hemos aprendido a apreciar los bienes del saber” (p. 33). Pues, en las universidades venezolanas tanto como en las demás universidades latinoamericanas necesitamos profesores y estudiantes que aprecien el saber y los bienes del saber, profesores que vislumbren la importancia, la necesidad y más que todo la urgencia de incorporar a su forma de vida el asiento de la investigación como proceso formador. Ese docente universitario convencido, identificado, comprometido e involucrado, ese docente que cree en la investigación como un estimulante principal de la formación humana es el que se necesita hoy en todas las universidades.
Es como dijera Rizo (2007) “No se trata de pensar a la investigación desde la investigación, sino de pensarla desde nuestra labor pedagógica” (p. 22). Y luego agrega:
los docentes debemos ser capaces de hacer explícita nuestra orientación epistemológica acerca de cómo enseñamos, cómo investigamos y cómo nos colocamos frente al conocimiento dentro de los campos del saber en los que nos encontramos. Sólo mediante esta tarea de reflexividad podremos ser conocedores de cómo opera nuestra labor docente, de hacia dónde va, de qué efectos está causando entre nuestros estudiantes. Los docentes que nos dedicamos a la investigación científica debemos operar como constructores de conocimiento permanentemente autovigilados, pero si, además, nuestra labor está orientada a la enseñanza del quehacer científico, más importante es la reflexividad permanente en torno a cómo estamos enseñando. En torno a qué tipo de sujetos de conocimiento estamos creando con nuestro trabajo diario. Si no nos comprometemos con nuestro quehacer pedagógico, estaremos perdiéndonos la posibilidad de comprometernos con lo que conocen nuestros estudiantes, con ellos mismos, con sus vidas. Ojalá sigamos pensando en el cómo de nuestra labor, para así seguir creando personas apasionadas por el conocimiento (pp. 36-37).
Siendo así, se hace urgente avisar a la comunidad académica de elementos distorsionantes en el proceso formativo que podrían estarse gestando desde la esfera de la investigación. Para ello debemos pensar en aspectos tan fundamentales como la concepción de investigación que predomina en la universidad y que se expresa de forma explícita en el currículo y de forma oculta en la praxis, pensar en la atención de la investigación desde los niveles gerenciales de la universidad y en cómo estos niveles traducen sus esfuerzos para que desde la investigación se impacte la formación, debemos además pensar en el perfil del egresado y en las competencias que en materia de investigación debe poseer, pero sobre todo pensar en el apego, identificación y compromiso personal del involucrado para con la investigación como canal para su formación. Este último aspecto es lo que determina finalmente el status de la investigación en la universidad y la que terminará de aportar información con respecto a otros elementos no menos importantes tales como la producción académica de nuestros profesores, el nivel de productividad de profesores, centros y núcleos de investigación, los dispositivos que la universidad ha desarrollado para la difusión de la investigación a fin de generar un impacto en la formación de nuestros estudiantes y nuestros profesionales, y el impacto generado extramuros.
Estos aspectos nos han de permitir reflexionar sobre el sentir del profesor universitario -referido al tópico investigación-, su pasión -aprecio- por el saber producto de la investigación, o por el contrario, su desapego a la investigación como proceso determinante de la formación.
Para una próxima discusión –quizás cargada de no poca polémica- apreciamos el abordaje del tema presupuestario para el fomento de la investigación como elemento característico de la formación tanto en el pregrado como en la concepción de formación permanente. Abordaremos aspectos como los financiamientos a las universidades en el referente a la investigación, para publicaciones periódicas, para el desarrollo de las industrias y empresas editoriales universitarias, etc. Abordaremos también el tema referente a la cultura editorial en Venezuela, etc.

Referencias Generales

Albornoz, O. (2006). La universidad latinoamericana: Entre Davos y Porto Alegre. Los Libros del Nacional: Caracas, Venezuela.

Hundskopf, M. (s.f.). Investigación y su articulación con la investigación. Disponible en línea: http://blog.pucp.edu.pe/item/413/la-investigacion-y-su-articulacion-con-la-formacion-por-miguel-giusti-hundskopf. Consultado el 16-10-10.

Ramírez, T.; Jáuregui, L. B. (1998). La docencia: Investigación, Política y Pedagogía. Editorial Panapo: Caracas.

¡Brillante Teodoro!

Ya lo dijo Sebastián de Covarrubias nada más y nada menos que en 1611: “Quãdo vieres la barba de tu vezino pelar, echa la tuya a remojar”. Por estos lares lo decimos de forma similar: “Cuando veas las barbas de tu vecino arder pon las tuyas en remojo”. A final de cuentas quiere decir lo mismo. Pero, lo que quiero destacar es que sí, ya lo habíamos dicho ya en varias ocasiones. Ya lo alertábamos, se veía venir y aquí está. El asunto que ha iniciado en otros países y que ha sido llevado incluso a votación en Estados Unidos en varios de sus estados, pues ya se está dejando sentir en Venezuela, ya deja sus coletazos.
Teodoro Petkoff, Director del diario Tal Cual, en su editorial del día 05 de Abril del año en curso encabeza su editorial con una pregunta para nada inocente: ¿legalizar la droga?. Puede que esto tenga mucho que ver con las acusaciones de Walid Makled, puede que no. Démosle una al hombre por lo menos para que crea que tiene ventaja. Pero lo que sí me parece importante en este contexto es destacar la impresionante demostración de “lucidez y brillantez” de Teodoro Petkoff al plantear en su editorial la sola posibilidad de la legalización de la droga en Venezuela como algo que traería beneficios en la lucha contra el tráfico y el consumo de drogas. En tal sentido estemos seguros de que va a comenzar a venderse un discurso desde el debate promovido con una única intención, vender la idea como la mejor con un discurso repetitivo y desgastado en el que pareciera estar de moda la legalización como la mejor oferta para sanear el asunto y reducir la criminalidad y la violencia, para reducir a cero el narcotráfico y los narcotraficantes, para reducir la mortandad y a los perpetradores de estos a través de las drogas. Y fíjense que Teodoro no discrimina en cuanto a la legalización de ciertas sustancias y componentes del cannabis, ¡no!, él habla inmediatamente de drogas en general.
¿A eso es a lo que llaman políticos?, ¿a esto es a lo que llaman un intelectual en Venezuela?, ¿es a esto a quien escuchan los opositores y alguna parte de los venezolanos?, ¿qué tienen en la cabeza esta gente?. Para una respuesta más acertada podríamos preguntarle a la gente del 23 de Enero allá en Caracas qué fue lo que ellos le encontraron a otro genio ahora residenciado en Miami, sí, me refiero al ex actor Orlando Urdaneta. Por favor señores, comiencen a ser serios. ¿Cómo van a usar un periódico para pedir en primera plana la legalización de la droga?. Teodoro sostiene lo que sigue: “En lugar de rechazarlo a priori valdría la pena que Chávez pensara en esto sin prejuicios y sin moralina”. ¿Por qué lo dice de esa manera?, sencillo. Precisamente porque habría que no tener moral –moralina como le llama Teodoro- para tan solo pensar en aceptar semejante estupidez.
¿Quién en Venezuela aceptará que la droga se legalice?, tan solo creo que aquel que no tiene hijos, ni sobrinos, ni nietos, ni hermanos, ni familia, ni esposa ni esposo, y a aquellos que por supuesto no les duelan los de los otros, que no les importe lo que suceda con el hijo del vecino, etc. No quiero ni pensar qué sucedería en nuestros barrios –que a juzgar por Teodoro están atestados de droga-, qué sucedería en nuestras escuelas y liceos, qué sucedería en los pequeños clubes y ligas deportivas, qué sucedería en nuestras universidades, qué sucedería en las cárceles venezolanas, qué sucedería con los organismos del Estado que han sido infiltrados y aún aquellos que quizás no lo están pero que de igual forma contiene elementos indeseables que deben ser depurados en la inmediata oportunidad.
No me quiero ni imaginar lo que sucedería en caso tal de que eso fuese una realidad, y no me lo termino de imaginar por cuanto ya lo adivino como una catástrofe de inexcusables e inmensurables magnitudes. Y lo repito, veámonos en el ejemplo de países como Holanda y Suiza. Ambos países legalizaron algunas sustancias para su uso y consumo en lugares denominados Coffee Shops, no obstante ya para el año pasado (2010) comenzaron a restaurar sus políticas prohibicionistas por cuanto el daño causado fue peor. En el libro FRAUDES EN EL DEPORTE: Los avatares de la disciplina entre “una” cultura de la hipocresía y el cosmopolitismo mundano –escrito por este servidor- tratamos ese tema con mayor profundidad. Pero, ojo, no durmamos la siesta porque la cizaña sembrada por Teodoro ya está haciendo sonar el río.
Por todo ello les dejo el recuerdo de dos famosos dichos: “Cuando veas las barbas de tu vecino arder pon las tuyas en remojo”; “cuando el río suena es porque piedras trae”.