En muchas ocasiones he escuchado que el
síndrome TODO MENOS TESIS (TMT) tiene que ver con el hecho que los
investigadores no encuentran qué decir. Comienzan a escribir pero se quedan
justo en la página que da inicio al texto, o a lo sumo en la segunda. Algunos más
pasan de la introducción. Es un grupo bastante grande. De igual forma sucede en el pregrado. Muchos de nuestros estudiantes y algunos de nuestros profesores no tienen mucho qué decir. Y no es que pretenda encarrilar todo por el medio de la lectura, no es que pretenda tampoco desarticular le enseñanza de lo que viven a diario, es decir, de la cotidianidad. Juzguemos el asunto dando el peso acertado a cada cosa.
¿No ha pensado quizás que eso (no tener qué decir o qué escribir) sucede porque no tiene materia prima?. Y no, no me estoy refiriendo a que no tenga un computador portátil de última generación, o en su defecto, una máquina de escribir, o quizás papel y lápiz. Me refiero a que no tiene nada para escribir porque no tiene un pasivo de lectura suficiente. Estoy plenamente convencido de que esta es una de las razones, no la única, pero sí una razón muy poderosa. Encontré una ilustración que quizás nos permita entender mejor el asunto.
¿No ha pensado quizás que eso (no tener qué decir o qué escribir) sucede porque no tiene materia prima?. Y no, no me estoy refiriendo a que no tenga un computador portátil de última generación, o en su defecto, una máquina de escribir, o quizás papel y lápiz. Me refiero a que no tiene nada para escribir porque no tiene un pasivo de lectura suficiente. Estoy plenamente convencido de que esta es una de las razones, no la única, pero sí una razón muy poderosa. Encontré una ilustración que quizás nos permita entender mejor el asunto.
Un leñador consigue trabajo talando árboles.
Está muy ilusionado y el primer día, en período de prueba y queriendo
impresionar al capataz, tala diez árboles.
- ¡Muy bien hecho! –
exclama el capataz impresionado al final de la jornada.
El leñador vuelve a su casa agotado y pasa una
mala noche soñando, despertándose y pensando incesablemente sobre el siguiente
día, para el que planea cortar doce árboles.
Ya es el día siguiente
por la mañana y el leñador se pone manos a la obra. Se esfuerza al máximo y
consigue cortar cinco árboles. Triste y preocupado se vuelve a casa tras la
dura jornada de hoy.
De nuevo esa noche,
duerme poco y mal, pensando todo el tiempo sobre lo que ha pasado durante el
día y fijándose como meta, para el día siguiente, talar diez árboles como el
primer día.
Se levanta muy
motivado por la mañana y comienza la nueva jornada de trabajo. El gran esfuerzo
y empeño que emplea lo dejan extenuado al final del día y profundamente
frustrado tras haber cortado únicamente 2 árboles.
Abochornado, se dirige
al capataz: – Lo siento, no sé qué ocurre. Le prometo que hago todo lo que
puedo. Cada día me esfuerzo más.
A lo que replica el
capataz: – ¿Cuándo ha sido la última vez que has afilado el hacha?.
Si se ha identificado con esta ilustración,
pues, le invito a que haga de la lectura un invitado permanente en su vida y
trabaje para convertirla en un hábito… Después verá los maravillosos
resultados.
Con aprecio y respeto,
Alixon Reyes
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