jueves, 11 de octubre de 2012

PARA REFLEXIÓN DE ESTUDIANTES E INVESTIGADORES


En muchas ocasiones he escuchado que el síndrome TODO MENOS TESIS (TMT) tiene que ver con el hecho que los investigadores no encuentran qué decir. Comienzan a escribir pero se quedan justo en la página que da inicio al texto, o a lo sumo en la segunda. Algunos más pasan de la introducción. Es un grupo bastante grande. De igual forma sucede en el pregrado. Muchos de nuestros estudiantes y algunos de nuestros profesores no tienen mucho qué decir. Y no es que pretenda encarrilar todo por el medio de la lectura, no es que pretenda tampoco desarticular le enseñanza de lo que viven a diario, es decir, de la cotidianidad. Juzguemos el asunto dando el peso acertado a cada cosa.

¿No ha pensado quizás que eso (no tener qué decir o qué escribir) sucede porque no tiene materia prima?. Y no, no me estoy refiriendo a que no tenga un computador portátil de última generación, o en su defecto, una máquina de escribir, o quizás papel y lápiz. Me refiero a que no tiene nada para escribir porque no tiene un pasivo de lectura suficiente. Estoy plenamente convencido de que esta es una de las razones, no la única, pero sí una razón muy poderosa. Encontré una ilustración que quizás nos permita entender mejor el asunto.
Un leñador consigue trabajo talando árboles. Está muy ilusionado y el primer día, en período de prueba y queriendo impresionar al capataz, tala diez árboles.
- ¡Muy bien hecho! – exclama el capataz impresionado al final de la jornada.
El leñador vuelve a su casa agotado y pasa una mala noche soñando, despertándose y pensando incesablemente sobre el siguiente día, para el que planea cortar doce árboles.
Ya es el día siguiente por la mañana y el leñador se pone manos a la obra. Se esfuerza al máximo y consigue cortar cinco árboles. Triste y preocupado se vuelve a casa tras la dura jornada de hoy.
De nuevo esa noche, duerme poco y mal, pensando todo el tiempo sobre lo que ha pasado durante el día y fijándose como meta, para el día siguiente, talar diez árboles como el primer día.
Se levanta muy motivado por la mañana y comienza la nueva jornada de trabajo. El gran esfuerzo y empeño que emplea lo dejan extenuado al final del día y profundamente frustrado tras haber cortado únicamente 2 árboles.
Abochornado, se dirige al capataz: – Lo siento, no sé qué ocurre. Le prometo que hago todo lo que puedo. Cada día me esfuerzo más.
A lo que replica el capataz: – ¿Cuándo ha sido la última vez que has afilado el hacha?.
Si se ha identificado con esta ilustración, pues, le invito a que haga de la lectura un invitado permanente en su vida y trabaje para convertirla en un hábito… Después verá los maravillosos resultados.
Con aprecio y respeto,
Alixon Reyes

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